Por Mario Linovesky
Hubo y todavía hay cantidad de pueblos, una ingente cantidad de pueblos, que han sufrido horrores a causa de lo que le han hecho otros pueblos. Sin exagerar, fueron víctimas de toda suerte de calamidades a cuál más dolorosa, y con grandes pérdidas en lo que a dignidad y vidas humanas se refiere. Pero quien se lleva las palmas en este rubro, es, sin dudas, el pueblo judío. Asunto muy serio el precedente y no susceptible de tomar a risa. Sin embargo (los judíos hicieron desde siempre un culto con eso de reírse de sí mismos), parece ser que con los sufrimientos que le infligieron los ajenos no les fue suficiente, y por ello se dijeron que si bien sufrir a causa de terceros les resultó harto gravoso con ésto sólo no les alcanzaba, sino que había que sufrir también “algo”,... por cuenta propia. Y como dicho pueblo tiene “jajamim” ("sabios" dicho en hebreo y "vivillos", en su acepción tirando a irónica en idisch) de sobra, y éstos lo son verdaderamente, al punto de pasar sus días sentados meditando mientras los demás trabajan, tales sabios (o vivillos), en sus sesudas elucubraciones, determinaron una cantidad de normas para que ese sufrimiento fuese cotidiano y, además,... eterno.
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Ani Yehudi
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